Probetica en la escuela
PROBETICA
Hola. Permítanme presentarme. Me llaman
Probetica. Será porque
siempre he sido
muy curiosa desde pequeñita.
Todo tenía que
preguntarlo. Desde por qué
arde una vela y por qué
la llama de
la vela es
amarilla, mientras la de
la estufa de gas es
azul. ¿Por qué la vela necesita
pabilo para arder
y la estufa no? Todo esto se
lo preguntaba a mis papás
y a otros adultos
que por ser más
grandes que yo, ya deberían saberlo todo. Pero no. Simplemente
me hacían mala cara y cambiaban de
tema. A propósito, aún sigo
sin saber por qué
ocurren esas cosas y me gustaría
que alguno me lo dijera o me ayudara a
averiguarlo, ya que los adultos cuando no saben algo, que es
la mayoría de las veces, ponen cara de dignidad
ofendida y en realidad
se disgustan.
Algunos creen que mi nombre, “Probetica”
se debe a que soy
una bebé probeta, pero no, tengo una
familia normal. Mi padre
es un señor ancho
y bajito con un
pico en forma de jarra. Es el
Señor Beaker y le encanta
llenarse de líquidos
que a veces sedimentan. Su
verdadero nombre es “Vaso de precipitados” pero a
el le encanta
su nombre abreviado. Mi mamá aunque
también es de vidrio, se
parece mucho más a mi. Es
cilíndrica pero más delgada, con graduaciones a lo
largo de todo su cuerpo y terminada en
una elegante llave
de teflón de la que
se siente muy orgullosa. La
llaman Doña Bureta. También
tengo unas tías muy flacas y estiradas
que se entrometen en todo. Se llaman pipeta graduada y
pipeta volumétrica y aunque no
tienen llave de teflón como mi
mamá, sino una mera punta
alargada, son muy presumidas, dizque por
su precisión. Mis abuelos ya
están pensionados y dormitan
en el mostrador de una vieja
farmacia. Se llaman Don Gramudio y Doña Retorta. Me
olvidaba de mis hermanitos.
Tengo uno mayor, todo
gordo como una bola con cuello ancho, aficionado al fútbol.
Se llama Balón, y otros dos menores
y
pequeñitos, los llaman
tubitos de ensayo, y siempre
están cogiendo muestras de
todo lo que encuentran
y metiéndoselo a la
boca para probarlos. También está
mi vecina, la señorita Erlenmeyer. Se distingue por su cintura estrecha y una falda
ancha hasta los pies. Es muy elegante
y a veces se
cubre con un
tapón de neopreno con perforaciones en las que coloca
tubos alargados y mangueritas
de caucho que le dan
aires de sabiduría, sobre todo
cuando en su interior
burbujean extraños líquidos
coloreados y se desprenden vapores
que luego se condensan.
Yo, probetica, fuera de ser muy curiosa y que me encanta medir
líquidos, soy una niña normal. Dicen que
soy bastante alta para mi edad. Estoy hecha de plástico semi transparente, lo que
me permite cuando juegan conmigo
caer y rebotar. No como algunas de mis
amigas que son de vidrio. Al
principio se ven muy transparentes y
presumidas, pero se fracturan
con cualquier caída, ya que son
muy frágiles y deben ser
llevadas al soplador a que las cure y las empareje
con una llama silbante de gas color
azul.
Como soy de plástico, odio
las llamas e
incluso el calor de los
mecheros me pone a
temblar y siento que me derrito por dentro. Soy cilíndrica y tengo
unos grandes pies hexagonales para sostenerme y un pico
como el de mi papá. De mi mamá heredé
la graduación a lo
largo de todo mi cuerpo, que ya
llega a los cincuenta mili litros, Uso la falda
a cuadros del colegio y
de mi cabeza
salen como chorritos dos hermosas trenzas de cabello castaño que mi mamá me decora
con moños hechos
de cintas de papel indicador
de tornasol de colores rojo
y azul.
Vivo con
toda mi familia
en un entrepaño
de uno de los
laboratorios Modulares
Integrales portátiles de química,
hechos por ofec, organización para el fomento
de la educación científica
creativa según pude leer en una etiqueta, y que el colegio compró
hace varios años, pero nos aburrimos mucho.
Hay un profesor gruñón
de química que nunca
nos saca. Solo una
vez al año cuando trae los alumnos
nuevos al laboratorio
para que nos dibujen y
escriban nuestros nombres en el
cuaderno y luego nos vuelve
a guardar bajo llave.
Dice que para qué
hacer experimentos con nosotros, si todo lo que enseña es
verdad y no hay razón para
que los niños tengan
que comprobarlo. Basta con
aprenderse de memoria las fórmulas y nombres que escribe
en el tablero y que obliga a
los pobres niños a que
las repitan y las repitan hasta aprendérselas de
memoria, luego las tienen que
escribir para el
día del examen
y se frota las manos complacido de que las recuerden. Luego pasa a
otro tema y ya
no les importa si las
han olvidado porque en la
siguiente unidad ya no
las necesitan y el tampoco las
recuerda, porque todo lo tiene apuntado en un viejo cuaderno
de cuando era estudiante y las copió
de su profesor, y tiene ese
cuaderno muy escondido para que nadie
sepa que allí tiene todas las respuestas, como me pude
dar cuenta observándolo por una
rendija . Así hace
pasar a los niños
once años de sus
vidas memorizando cosas que
ellos ya saben que podrían muy fácilmente encontrar con un clic
en algo que llaman
Internet, pero en cambio
nunca aprenden a pensar y por eso
de adultos nunca pueden contestar una pregunta
a menos que aún recuerden la respuesta de memoria y nunca
saben usar los datos para conseguir nueva información. Posiblemente ustedes lo conozcan. Se llama el Profesor
Tablerín Repetín Formulín. Es
calvo y narizón y muy bravo con
los niños que se aburren y se ponen
a jugar o simplemente dejan
volar su imaginación. Cree que
repetir frases hechas
es saber. Bueno, todas esas cosas que digo son
las que uno piensa encerrado
durante meses en un entrepaño
de un módulo
de laboratorio. Pero hace
unos días todo cambió. De
repente se abrió
la puerta y la
luz del sol con cegó a todos.
Alguien nos sacó
cuidadosamente y nos puso
junto al lavadero
y luego nos frotaron
con una escobilla llena de
jabón Axión y nos
dejaron relucientes, listas para
ser cogidas por las manos
ansiosas de muchos niños y llenadas de líquidos extraños.
Supimos que había llegado un nuevo maestro muy joven
y que era
un clon de
alguien que se
llama “Profesor Cientifix
Cretivix”, una nueva especie
creada en los laboratorios
de la organización ofec, y dedicada
a descubrir Futuros
Científicos. Desde entonces no
hemos tenido casi
descanso yo y mi familia porque nos preparamos
para muchos experimentos
fascinantes y ya no
tengo que preguntar
tanto sino que aprenderé a
encontrar las respuestas experimentando por mi cuenta. En esta página
les contaré mis aventuras. Ahora
me voy porque me necesitan para
medir veinticinco mililitros de un
líquido de color azul oscuro y sabor desagradable
que llaman sulfato de Cobre. Chao.